
Son el residuo de una existencia, las memorias de una huella y la afirmación de capítulo terminado. Y son capítulos los que nos componen, haciendo ver nuestra vida por etapas. Unas bellas y otras no tanto. Es ahí, en las cenizas, donde debemos buscar nuestra esperanza y aferrarnos a un futuro, que debemos construir con la mente y forjar con nuestro corazón.
La última vez que vi como el fuego hacía sucumbir lo que sería mi próxima memoria, pude saborear el viento y decirme a mí mismo: “Me merezco esto que desencadené… lo presente ante mis ojos”. Era una sucesión de pequeños cimientos caer pedazo a pedazo, poquito a poco, uno sobre otro. Lo temía, pero no por eso dejó de suceder.
Su silueta era marcada por la brasa en el aire. Sus cabellos volaban, para luego desintegrarse. El calor hizo lo propio y marcó mis ojos con aquella imagen pervertida de lo que una vez quise más que a nada.
Me fue inevitable pensar en todo lo que había hecho esa persona vivir en mí y que ahora se quemaba con ella. Era despedirme de una felicidad que no había experimentado con alguien más. Con aquel rostro hermoso, plagado de alegría. Con un tacto sutil y una piel de seda. Con un sentimiento puro y real.
No más que hacer, me senté a observar… Avistar la manera como un sueño, un amor, un trozo de pasión, un arroyo de luz desaparece frente a mí. Cuando desperté, no pude vacilar en acercarme y sentir ese residuo de lo que alguna vez fue.
Acto seguido, decidí darme la vuelta, tomar una pequeña caja de madera que tenía en mi bolso, metí en ella unas pocas cenizas y cerré nuevamente la caja. La tomé entre mis manos y la sostuve con fuerza, tal y como solía sostener su mano.
La miré fijamente como si fuera ella. La introduje en mi bolso. Con mis manos tomé otras cenizas y las miré con vergüenza, con impotencia… Cavé un pequeño hoyo en la tierra y las sepulté.
Después caminé sin rumbo, buscando una escena en donde no tuviera que protagonizar otro drama y recordé.
Fue justo en ese instante cuando desperté. Bañado en sudor por la impestuosa pesadilla. Derramando una lágrima. Traté de mirar en la oscuridad pero no pude distinguir nada. Palpé con mi mano y pude encender la luz de la mesa junto a mi cama.
Cuando se hubo ido la penumbra, pude distinguir la caja y mis manos llenas de cenizas. Definitivamente, se había ido.
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